SEPARATISMO Y CONSTRUCCIÓN IMPERIAL EN EL SIGLO XXI
James Petras revela el mecanismo por el cual el imperialismo trabaja a nivel mundial fomentando movimientos separatistas favorables a su dominio.
(ASC-Noticias) 31 – julio -2008
Por James Petras - La Haine El régimen indianista de Morales-García Linera, compuesto en gran parte de mestizos ex empleados de ONG financiadas en el extranjero, nunca utilizó el monopolio constitucional formal de la fuerza para declarar fuera de la ley a los secesionistas
Introducción: El contexto histórico
A lo largo de la moderna historia imperial, divide y vencerás ha sido la divisa esencial que ha permitido que países europeos relativamente pequeños y pobres de recursos conquistasen naciones mucho mayores en tamaño y población, y más ricas en recursos naturales. Se dice que para cada funcionario británico destacado en la India, había cincuenta sijs, gurkas, musulmanes e hindúes en el ejército colonial británico.
La conquista europea de África y Asia la dirigieron oficiales blancos y la lucharon soldados negros, cobrizos y amarillos, para que el capital blanco pudiera explotar a sus trabajadores y a los de color. Las diferencias regionales, étnicas, religiosas, sectarias, tribales, comunitarias y otras, fueron politizadas y explotadas de modo que permitieron a los ejércitos imperiales la conquista de pueblos guerreros. En décadas recientes, los constructores del imperio de estadounidense se han convertido en los grandes promotores de la estrategia de divide y vencerás en el mundo entero. En los años 70, la CIA dejó de promover las dudosas virtudes del capitalismo y la democracia, y pasó a alinearse, financiándolas y dirigiéndolas, con las elites religiosas, étnicas y regionales que se oponían a los regímenes nacionales independientes u hostiles a la construcción imperial estadounidense en todo el mundo.
La clave de la construcción imperial por vía militar de Estados Unidos descansa en dos principios: la invasión militar directa y el fomento de movimientos separatistas que puedan llevar a la confrontación militar.
La construcción imperial en el siglo XXI nos muestra la práctica ampliada de ambos principios en Iraq, Afganistán, Irán, Líbano, China (Tíbet), Bolivia, Ecuador, Venezuela, Somalia, Sudán, Birmania y Palestina. Es decir, en cualquier país en el que EE UU no puedan instalar un gobierno satélite estable recurrirá a la financiación y el fomento de organizaciones y líderes separatistas que utilizan pretextos étnicos, religiosos y regionales.
Fiel a los principios tradicionales de la construcción imperial, Washington solamente apoya a los separatistas en los países que se niegan a someterse a su dominación imperial, mientras que se opone a los separatistas que ofrecen resistencia al imperio y a sus aliados. Es decir, los ideólogos imperiales no son ni hipócritas ni utilizan un doble rasero (como con frecuencia afirman sus críticos de izquierda), sino que mantienen públicamente el principio de preferencia imperial a la hora de evaluar los movimientos separatistas y concederles o negarles su apoyo.
En cambio, muchos críticos del imperio aparentemente progresistas hacen declaraciones universales a favor del derecho de autodeterminación e incluso lo aplican a los grupos separatistas más rancios y reaccionarios patrocinados por el imperio, con resultados catastróficos. A las naciones independientes y sus gentes, cuando se oponen a grupos separatistas apoyados por EE UU, se las bombardea hasta la destrucción y se les coloca el sambenito de criminales de guerra. A los que se oponen a los separatistas y viven en el nuevo Estado se los asesina o se los fuerza al exilio. Los pueblos liberados sufren la tiranía y el empobrecimiento inducido por los separatistas apoyados por Estados Unidos, y muchos se ven obligados a emigrar a otros países para su supervivencia económica.
Ninguno, o casi, de los críticos progresistas de la URSS que apoyaban la separación de sus repúblicas ha mostrado en ningún momento ningún remordimiento y menos aún ninguna reflexión autocrítica, incluso frente a las catástrofes socioeconómicas y políticas en los estados secesionistas que duran ya décadas. Sin embargo, estos mismos progresistas siguen hoy predicando los grandes principios morales a aquellos que los cuestionan y rechazan algunos movimientos separatistas porque provienen y sobrepasan los esfuerzos para ampliar el imperio de EE UU.
En estas últimas décadas, el éxito de Washington en la cooptación de los llamados liberales progresistas en apoyo a los movimientos separatistas listos para ser satélites imperiales ha sido notable y las consecuencias para los derechos humanos, nefastas.
La mayor parte de los progresistas europeos y estadounidenses apoyaron a los grupos que siguen:
1. fundamentalistas bosnios apoyados por EE UU, neofascistas croatas y terroristas albano-kosovares, con el resultado de limpiezas étnicas y la conversión de sus Estados antes soberanos en bases militares de EE UU, gobiernos satélites y desastres económicos, destruyendo totalmente el estado de bienestar multinacional yugoslavo;
2. fundamentalistas islámicos afganos, apoyados por EE UU, que provocaron la destrucción de un régimen político afgano laico y reformista, promotor de la igualdad de la mujer y de importantes campañas anti feudales en las que participaron hombres y mujeres, de una reforma agraria general y de amplios programas sanitarios y educativos. Como resultado de los éxitos militares tribales EE UU-islámicos, millones de personas resultaron muertas, desplazadas y desposeídas, y los jefes militares tribales medievales, anticomunistas fanáticos, destruyeron la unidad del país.
3. La invasión de Iraq por EE UU, que destruyó el estado moderno, laico, nacionalista y de avanzado sistema socioeconómico de ese país. Durante la ocupación, el apoyo de EE UU a movimientos religiosos y tribales, clanes y movimientos separatistas étnicos ha conducido a la expulsión de más del 90% de su clase científica y profesional moderna y de la matanza de más de 1.000.000 de iraquíes… todo ello en nombre de la sustitución de un régimen represivo y, sobre todo, de la destrucción de un Estado opuesto a la opresión israelí de Palestina.
Es evidente que la intervención militar de EE UU promueve el separatismo como medio para el establecimiento de una base regional de apoyo. El separatismo facilita la creación de gobiernos títere minoritarios y tiene por función contrarrestar a países vecinos opuestos a las depredaciones del imperio. En el caso de Iraq, el separatismo kurdo apoyado por EE UU precedió a la campaña de aislamiento de un adversario, y de creación de coaliciones internacionales para presionar y debilitar al Gobierno central. Washington resalta las atrocidades de estos regímenes como casos de Derechos Humanos para alimentar campañas globales de propaganda. Más recientemente, se ha hecho evidente en las protestas teocráticas tibetanas financiadas por EE UU contra China.
Los separatistas reciben ayuda en tanto que potenciales tropas de choque terroristas para atacar sectores económicos estratégicos y proporcionar la información, real o fabricada, como en el caso de Irán entre los kurdos y otros grupos de minoría étnica.
¿Por qué el separatismo?
Los constructores del imperio no siempre recurren a los grupos separatistas, especialmente cuando tienen satélites a escala nacional que controlan el Estado. Es sólo cuando su poder se limita a algunos grupos concentrados territorial o étnicamente cuando sus servicios secretos recurren a los movimientos separatistas y los promueven. Estados Unidos apoya el movimiento separatista a lo largo de un proceso gradual, comenzando por la exigencia de una mayor autonomía y descentralización, y mediante movimientos tácticos destinados a adquirir una base de poder político local, acumular recursos económicos, reprimir grupos anti separatistas y minorías étnicas o religiosas políticas locales vinculadas al Gobierno central (como la represión de las comunidades cristianas en Iraq septentrional, reprimidas por los separatistas kurdos por sus lazos con el partido Baaz, o los Roma de Kosovo, expulsados y asesinados por los albano-kosovares a causa de su apoyo al sistema federal yugoslavo).
La tentativa de usurpar por la fuerza los recursos nacionales y la sustitución de los aliados locales del Gobierno central da lugar a confrontaciones y a conflictos con el poder legítimo del Gobierno central. Es al llegar a este punto cuando el apoyo (imperial) exterior es crucial para la movilización de los medios de comunicación de masas para denunciar la represión de movimientos nacionales pacíficos simplemente ejerciendo su derecho a la autodeterminación. Una vez que la máquina imperial de propaganda de los medios de comunicación de masas toca la noble retórica de la autodeterminación y la autonomía, la descentralización y el autogobierno, la gran mayoría de las ONG financiadas por EE UU y Europa se suman al coro y atacan los esfuerzos del Gobierno por mantener un estado-nación unificado estable. En nombre de la diversidad y de un Estado multiétnico, las ONG de obediencia occidental proporcionan un soporte ideológico a los pro imperialistas.
Cuando los separatistas tienen éxito, y llegan a asesinar y realizar limpiezas de las minorías étnicas y religiosas ligadas al gobierno central anterior, las ONG guardan un estruendoso silencio o incluso justifican con complicidad las masacres como una reacción excesiva a la represión previa. La máquina propagandística de Occidente llega a celebrar la expulsión por parte del Estado separatista de centenares de miles de personas, como fue el caso con los serbios y Roma de Kosovo y de la región croata de Krajina con titulares como "Los serbios huyen a la carrera: les está merecido”, acompañados de fotos en las que tropas de la OTAN supervisan el traslado de familias indigentes desde sus pueblos y ciudades ancestrales a campos escuálidos en una bombardeada Serbia.
Al mismo tiempo, los políticos occidentales musitan beaterías sobre las matanzas de civiles serbios por el KLA, como por ejemplo cuando el anterior ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer (de Los Verdes) se lamentó del siguiente modo: "Comprendo el dolor que sienten ustedes (los del KLA), pero no deberían lanzar granadas a niños (serbios) en edad escolar."
El paso de la autonomía en un estado federal a un estado independiente se fundamenta en la ayuda canalizada y administrada por el Estado imperial a la región autónoma, consolidando con ello su existencia de facto como un estado independiente. Esto ha ocurrido claramente la evolución desde 1991 hasta hoy del Kurdistán de Iraq Septentrional, en un principio no fly zone (zona de prohibición de vuelos) y ahora región autónoma.
El mismo principio de autodeterminación exigido por EE UU y sus satélites separatistas se le niega a otras minorías del mismo territorio. En cambio, los medios de comunicación de propaganda de EE UU hacen referencia a ellos como agentes o caballos de Troya del Gobierno central.
Consolidado por la ayuda exterior imperial, y las relaciones empresariales con las empresas transnacionales de EE UU y la UE, apoyados por fuerzas paramilitares y cuasi militares locales de policía (así como por cuadrillas criminales organizadas), el régimen autónomo declara su independencia, y es reconocido poco después por sus patrones imperiales. Tras de la independencia, el régimen separatista ofrece concesiones territoriales e instalaciones para la construcción de bases militares de EE UU. El patrón imperial goza de privilegios de inversión, lo que compromete seriamente la soberanía nacional.
El ejército de ONG locales e internacionales raramente formula alguna objeción a este proceso de incorporación al Imperio de la entidad independiente, ni siquiera cuando el propio pueblo liberado se opone. En la mayoría de los casos el grado de gobernanza local y libertad de acción del régimen independiente es menor que cuando era una región autónoma o federal en el estado nacionalista unificado previo.
No es raro que los regímenes separatistas formen parte de movimientos irredentistas vinculados a contrapartes en otros estados. Cuando los movimientos irredentistas transnacionales desafían a los estados vecinos que son también objetivos de los constructores de imperio estadounidenses, pasan a ostentar la función de plataformas de lanzamiento de ataques militares de baja intensidad y de actividades terroristas de las fuerzas especiales.
Por ejemplo, casi todas las organizaciones separatistas kurdas tienen elaborado un mapa del Gran Kurdistán que cubre un tercio de la zona sudeste de Turquía, el Iraq Septentrional, una cuarta parte de Irán, partes de Siria y cualquier otro lugar donde puedan encontrar un enclave kurdo. Los comandos estadounidenses operan al lado de los separatistas kurdos y aterrorizan poblaciones iraníes en nombre de la autodeterminación, y grupos kurdos con fuerte apoyo militar de EE UU han ocupado y gobiernan Iraq septentrional y proporcionan tropas mercenarias peshmerga para masacrar a la población árabe-iraquí en ciudades y pueblos que se oponen a la ocupación de EE UU, en las regiones centrales, occidentales y meridionales. Estos grupos han iniciado el desplazamiento forzado de no kurdos (árabes, cristianos caldeos, turcomanos, etc.) del llamado Kurdistán iraquí y han procedido a la incautación de sus hogares, negocios y explotaciones agrícolas.
Los separatistas kurdos apoyados por EE UU han creado conflictos con el Gobierno turco vecino, pues Washington intenta retener a sus satélites kurdos para su utilización en Iraq, Irán y Siria sin por ello enemistarse con su cliente estratégico de la OTAN: Turquía. Sin embargo los activistas separatistas turco-kurdos del PKK han alabado a EE UU por lo que califican de colonialismo progresista en el desmantelamiento efectivo de Iraq y la formación de los fundamentos de un Estado kurdo.
La decisión de EE UU de colaborar con el ejército turco, o de tolerar por lo menos sus ataques militares contra ciertas zonas ocupadas por los separatistas kurdos del PKK con sede en Iraq forma parte de su política global de dar prioridad a las alianzas imperiales estratégicas y sus aliados por encima y contra cualquier movimiento separatista que los amenace. Por lo tanto, mientras que EE UU apoya a los separatistas kosovares contra Serbia, se opone a los separatistas de Abjasia que luchan contra su gobierno satélite de la República de Georgia.
Mientras que EE UU apoyó a los separatistas chechenos contra el gobierno de Moscú, se opone a los separatistas vascos y catalanes en su lucha contra el aliado de la OTAN de Washington, España. A la vez que Washington ha financiado con largueza a los separatistas bolivianos dirigidos por los oligarcas de Santa Cruz contra el gobierno central en La Paz, apoya la represión del gobierno chileno ante las demandas de los indígenas mapuche de sus derechos a la tierra y los recursos de la zona meridional y central de Chile.
Es evidente que autodeterminación e independencia no son principios universales que definan la política exterior de EE UU, ni nunca lo han sido, como testimonian las guerras de EE UU contra las naciones indias, los esclavistas secesionistas sureños y las invasiones recurrentes de Estados latinoamericanos, asiáticos y africanos independientes. Lo que rige en la política de EE UU es la cuestión de si un movimiento separatista, sus líderes y programa fomentan o no la construcción del imperio. Sin embargo, pocas veces plantean los llamados progresistas, izquierdistas o antiimperialistas la pregunta inversa: ¿debilita el movimiento separatista o de independencia el imperio y consolida las fuerzas antiimperialistas, o no? Si aceptamos que el problema determinante es la derrota de la máquina de matar millones de personas llamada imperialismo estadounidense, entonces es legítimo evaluar y apoyar determinados movimientos independentistas, así como rechazar otros.
No hay nada hipócrita o incómodo en el aumento de más altos principios en tomar estas decisiones políticas. Es sabido que Hitler justificó la invasión de Checoslovaquia en defensa de los separatistas de los Sudetes, igual que una serie de presidentes estadounidenses han justificado la división de Iraq en nombre de la defensa de los kurdos, o los suníes o los chiíes, o cualesquiera que sean los líderes tribales que se presten a la construcción imperial de EE UU. Lo que define la política antiimperialista no son los principios abstractos sobre autodeterminación sino la concreción de a quién se refiere el prefijo auto de la palabra autodeterminación, qué fuerzas políticas ligadas a qué configuración de poder internacional están haciendo qué demandas política y con qué propósitos políticos.
Como en Bolivia hoy, en que una oligarquía racista de derechas dueña del sector de la agroexportación, se está haciendo con el control de la región rica más fértil y rica en recursos energéticos, que contiene el 75% de los recursos naturales del país, en nombre de la autodeterminación y de la autonomía, a la vez que expulsa y violenta a indígenas empobrecidos. Cabe preguntarse sobre qué base puede el movimiento izquierdista o antiimperialista oponerse a ello, si no es porque el contenido de clase, raza y nacional de esta demanda es antitético a un principio más importante: la soberanía popular basada en los principios democráticos de regla de mayoría e igualdad de acceso a la riqueza pública.
Separatismo en América Latina: Bolivia, Venezuela y Ecuador
Estos últimos años los candidatos apoyados por EE UU han ganado y perdido elecciones nacionales en América Latina. Es evidente que EE UU ha retenido la hegemonía sobre las elites gobernantes en México, Colombia, Centroamérica, Perú, Chile, Uruguay y algunos de los Estados insulares del Caribe. En los estados en donde el electorado ha apoyado a opositores a la dominación de EE UU, como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, la influencia de Washington descansa en funcionarios regionales, provinciales y locales elegidos.
Es prematuro afirmar, como declara el Council for Foreign Relations (Consejo de Relaciones Internacionales) que la hegemonía estadounidense en América Latina sea cosa del pasado. Uno solamente tiene que leer los documentos económicos y políticos que fundamentan los crecientes lazos económicos y militares entre Washington y el régimen Calderón en México, los regímenes de García en Perú, Bachelet en Chile y Uribe en Colombia para darse cuenta de que la hegemonía de EE UU aún prevalece en regiones importantes de América Latina. Si miramos más allá del nivel gubernamental nacional, incluso en Estados en los que no haya hegemonía estadounidense, la influencia de EE UU aún es un factor poderoso que forma el comportamiento político de actividades empresariales de derecha potentes, elites políticas financieros y regionales en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina.
A finales de mayo de 2008, los movimientos regionalistas apoyados por EE UU estaban en la ofensiva, estableciendo un régimen secesionista de facto en Santa Cruz en Bolivia. En Argentina, la élite del negocio de la agroexportación ha organizado un cierre patronal a escala nacional que afecta a la producción y la distribución, apoyado por las grandes confederaciones industriales, financieras y comerciales, contra un impuesto a la exportación promovido por el gobierno de centro-izquierda de Cristina Kirchner. En Colombia, EE UU están negociando con el presidente paramilitar Álvaro Uribe sobre el emplazamiento de una base militar en la frontera con el estado venezolano de Zulia, de gran riqueza petrolera, que da la casualidad que está regido por el único gobernador opuesto a Chávez en el poder, un promotor decidido de la autonomía o la secesión. En Ecuador, el alcalde de Guayaquil, apoyado por los medios de comunicación de derechas y los desacreditados partidos políticos tradicionales, ha propuesto la autonomía respecto del Gobierno central del presidente Rafael Correa.
El proceso de desmembración nacional impulsado por el imperio es muy desigual a causa de los diversos grados de las relaciones políticas de poder entre el Gobierno central y los secesionistas regionales. Los secesionistas bolivianos de derecha son los que más han avanzado, habiendo llegado a organizar y ganar un referéndum y declarándose una unidad de gobierno independiente con el poder de recaudar impuestos, formular la política económica exterior y crear su propia fuerza de policía.
El éxito del Santa Cruz secesionista es debido a la incapacidad política y a la total incompetencia del régimen de Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, que promovió la autonomía para las muchas naciones indias empobrecidas (o indianismo) y terminó sentando las bases para que los oligarcas racistas blancos aprovechen la oportunidad de establecer su propia base separatista de poder. A medida que los separatistas conseguían el control de la población local, procedieron a intimidar a los indios y sindicalistas partidarios del gobierno de Evo Morales, sabotearon violentamente la Asamblea Constitucional y rechazaron la Constitución, mientras conseguían constantes concesiones del débil y conciliatorio gobierno central de Morales. Mientras los separatistas liquidaban la Constitución y utilizaban su control de los medios principales de producción y exportación para incorporar otras provincias, formando un arco geográfico de seis provincias, y la influencia en otras dos en su esfuerzo por degradar al Gobierno nacional.
El régimen indianista de Morales-García Linera, compuesto en gran parte de mestizos ex empleados de ONG financiadas en el extranjero, nunca utilizó su poder y el monopolio constitucional formal de la fuerza legítima para hacer cumplir el orden constitucional y para declarar fuera de la ley y para llevar ante los jueces las violaciones por parte de los secesionistas de la integridad nacional y su rechazo del orden democrático.
Morales nunca movilizó el país, ni a la mayoría de las organizaciones populares de la sociedad civil, ni siquiera recurrió al ejército para derrotar a los secesionistas. En cambio continuó con sus impotentes súplicas de diálogo y compromiso, con el que sus concesiones al autogobierno de la oligarquía solamente reforzaron el impulso de ésta hacia el poder regional. Como estudio de caso de gobernanza fallida, frente a una amenaza separatista reaccionaria para la nación, el gobierno de Morales-García Linera representa un fracaso lamentable a la hora de defender la soberanía popular y la integridad de la nación.
Las lecciones bolivianas de gobernanza fallida deben servir de sombrío recordatorio a Chávez en Venezuela y Correa en Ecuador: a menos que actúen con toda la fuerza de la Constitución para frenar los embrionarios movimientos separatistas antes de que consigan una base de poder, se enfrentarán también a la desintegración de sus países. La amenaza más grande está en Venezuela, en donde los militares estadounidenses y colombianos han construido bases en la frontera limítrofe con el estado venezolano de Zulia, infiltrando comandos y fuerzas paramilitares en la provincia. La toma de esta provincia rica en petróleo la consideran una cabeza de puente para privar al Estado venezolano de sus ingresos vitales provenientes del petróleo y desestabilizar al Gobierno central.
Después de varios años de existencia de un movimiento separatista apoyado y financiado por Washington en Bolivia, algunos académicos y expertos progresistas han tomado nota y han publicado comentarios críticos. Lamentablemente, estos artículos carecen de cualquier contexto explicativo, y ofrecen poca comprensión de cómo el separatismo latinoamericano encaja en la estrategia a largo plazo y de gran envergadura de construcción del imperio estadounidense durante el pasado cuarto de siglo.
Hoy, los movimientos separatistas promovidos por EE UU en América Latina están activos en por lo menos tres países. En Bolivia, las provincias de la media luna (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija) han convocado con éxito referéndums provinciales de autonomía, que es aquí el término utilizado para secesión. El 4 de mayo de 2008 los separatistas de Santa Cruz tuvieron éxito: con una participación de casi el 50% del censo de votantes, consiguieron el 80% de votos favorables. El 15 de mayo, la élite político-empresarial anunció la formación de ministerios de comercio exterior y seguridad interna, asumiendo así los poderes efectivos de un estado secesionista.
El Gobierno de EE UU, dirigido por el embajador Goldberg, proporcionó apoyo financiero y político a las organizaciones cívicas secesionistas de derecha, por mediación de sus programas de ayuda de 125 millones de dólares que gestiona AID (US Agency for International Development), sus decenas de millones del programa contra la droga, y a través de las ONG favorables a la secesión financiadas por medio de su organismo NED (National Endowment for Democracy.) En las reuniones de la Organización de Estados Americanos y otras reuniones regionales, EE UU se negó a condenar los movimientos separatistas.
A causa de la completa incompetencia y falta de liderazgo político nacional del presidente Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, el Estado boliviano se está atomizando en una serie de cantones autónomos, pues ya otros Gobiernos provinciales intentan usurpar el poder político y hacerse cargo de sus recursos económicos. Desde el principio, el régimen Morales-García Linera firmó una serie de pactos políticos, adoptó políticas y aprobó concesiones a las elites oligárquicas de Santa Cruz, que permitió que reconstruyeran efectivamente su base política natural de poder, sabotearan una asamblea constitucional elegida y socavaran efectivamente la autoridad del Gobierno central.
El éxito de la derecha se ha producido en menos de dos años y medio, lo que es especialmente sorprendente si se tiene en cuenta que en 2005, el país vivió una sublevación popular importante que sustituyó a un Presidente de derecha, cuando millones de trabajadores, mineros, campesinos e indios se apoderaron de las calles. Es un tributo al absoluto desgobierno de Morales y García Linera que el país haya pasado tan rápida y decisivamente desde un estado de poder popular insurreccional a un país fragmentado y dividido, en el que una élite agroexportadora separatista se ha hecho con el control del 80% de los recursos productivos del país, mientras el Gobierno central elegido protesta débilmente.
El éxito de la clase dirigente regional secesionista boliviana ha dado alas a movimientos similares de autonomía en Ecuador y Venezuela, dirigidos por el alcalde de Guayaquil (Ecuador) y el gobernador de Zulia (Venezuela). Es decir, el fracaso político del gobierno de Morales y García Linera en Bolivia, apoyado por Estados Unidos, ha llevado al gobierno de este país a asociarse con oligarcas en Ecuador y Venezuela para repetir la experiencia de Santa Cruz en un proceso de separatismo antirrevolucionario permanente.
El separatismo y la ex URSS
La derrota del comunismo en la URSS tuvo poco que ver con lo que el ex asesor de seguridad nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski calificó como “bancarrota del sistema debido a la carrera armamentística”. Hasta el final, las condiciones de vida eran relativamente estables y los programas de bienestar siguieron funcionando casi a niveles óptimos, y los programas científicos y culturales recibían una parte sustancial del gasto público.
Las élites gobernantes posteriores al sistema comunista no respondían a la propaganda estadounidense sobre las virtudes del libre mercado y la democracia, como pretendieron los presidentes Ronald Reagan, George Bush padre y Bill Clinton. Lo prueba de manera evidente el sistema político y económico que impusieron al tomar el poder, y que ni fue democrático ni basado en mercados competitivos. Los nuevos gobiernos de base étnica se asemejaron a monarquías despóticas, depredadoras y nepotistas que regalaron –privatizaron– a un puñado de oligarcas y monopolios extranjeros la riqueza pública acumulada durante los 70 años anteriores de trabajo colectivo e inversión.
La principal fuerza ideológica impulsora de las políticas separatistas es la política de identidad étnica, fomentada y financiada por los organismos de inteligencia y propaganda de EE UU. La política de identidad étnica, que reemplazó el comunismo, está basada en vínculos verticales entre la élite y las masas. Las nuevas elites gobiernan por medio de un nepotismo de tipo clánico-familia-religioso-mafioso, financiado e impulsado con el pillaje y la privatización de la riqueza pública creados bajo el comunismo. Al llegar al poder, las nuevas elites políticas privatizaron la riqueza pública transformándola en riqueza familiar y se convirtieron, ellos y sus cómplices, en una clase gobernante oligárquica. En la mayoría de los casos, los vínculos étnicos entre las elites y los sujetos se disolvieron ante el deterioro de las condiciones de vida, las desigualdades profundas de clase, las elecciones amañadas y la represión del Estado.
En todos los ex estados de la URSS, la única reivindicación de las nuevas clases dirigentes en materia de legitimidad social se basa en la pertenencia a una identidad étnica común. Han desempolvado símbolos medievales y monárquicos del pasado lejano, sacando del armario monarcas absolutistas, parásitas jerarquías religiosas, señores de la guerra precapitalistas, emperadores sangrientos y banderas nacionales de los días del feudalismo terrateniente para forjar una historia y una identidad comunes con las masas recién liberadas. El repetido recurso a pasados símbolos reaccionarios es enteramente apropiado: las actuales políticas despotismo, pillaje y culto a la personalidad guardan resonancias de pasados guerreros históricos, y señores y prácticas feudales.
A medida que los nuevos déspotas post URSS han perdido su lustre étnico como consecuencia de la decepción pública con el pillaje depredador nacional y extranjero de la riqueza nacional, han recurrido al uso sistemático de la fuerza.
El éxito mayor de la estrategia de estadounidense de promover el separatismo fue la destrucción de la URSS, no la promoción de democracias capitalistas independientes viables. Washington logró la exacerbación de conflictos étnicos entre los rusos y las restantes nacionalidades, animando a algunos jefes comunistas locales a separarse de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a formar estados independientes en los que los nuevos gobernantes pudieran compartir el botín del tesoro local con sus nuevos socios occidentales. Los esfuerzos de desestabilización realizados por EE UU en los países comunistas, especialmente después de la década de 1970 no compitieron en mejores condiciones de vida, mayor crecimiento industrial o programas de bienestar más generosos. En cambio, la propaganda occidental se centró en la solidaridad étnica, un tema que socava la solidaridad de clase y la lealtad al estado y a la ideología comunistas, y consolidó a unas élites pro occidentales, especialmente entre intelectuales públicos y jefes comunistas convertidos en salvadores nacionalistas.
El punto clave de la estrategia occidental era sobre todo la desintegración de la URSS por medio de movimientos separatistas, aunque éstos estuvieran formados por fanáticos fundamentalistas religiosos, políticos gangsteriles, economistas liberales formados en Occidente o jefes militares ambiciosos y con aspiraciones. Lo único que importaba era que enarbolaran la bandera separatista de la autodeterminación. Más tarde, en el período post soviético, las nuevas élites procapitalistas fueron elevadas a la categoría de miembros de la OTAN y estados satélites.
Las políticas de Washington en el periodo post separatista siguieron un proceso en dos etapas: en la primera fase, predominó el apoyo no diferenciado a cualquiera que abogara por la desintegración de la URSS; en la segunda fase, EE UU intentó promocionar a la facción más favorable a la OTAN y a los liberales de mercado, por ejemplo en las llamadas revoluciones de colores en Georgia y Ucrania. El separatismo se consideró como paso preliminar hacia una etapa avanzada de subordinación al imperio estadounidense. La noción de estados independientes es virtualmente inexistente para constructores de este imperio. En el mejor de los casos existe como etapa transitoria de una constelación de poder a un nuevo imperio dirigido por EE UU.
En el período posterior a la desintegración de la URSS, las tentativas de Washington de reclutar nuevas elites pro capitalistas y crear estados satélites tuvieron un relativo éxito. Algunos países abrieron sus economías a una explotación no regulada, especialmente de sus recursos energéticos. Otros, ofrecieron emplazamientos para bases militares. En muchos casos, los gobernantes locales intentaron negociar con los poderes mundiales a la vez que aumentaban su propia fortuna por medio del pillaje.
Ninguna de las repúblicas ex soviéticas llegó a desarrollar un Estado democrático independiente que permitiese recuperar los niveles de vida que su pueblo poseía en los tiempos soviéticos. Algunos gobernantes convirtieron sus países en dictaduras teocráticas, en las que los notables religiosos y el dictador se apoyaban mutuamente. Ninguna de ellas mantuvo la red de seguridad social o los sistemas educativos de alta calidad de la era soviética. Todos los regímenes post soviéticos magnificaron las desigualdades sociales y multiplicaron el número de empresas de características mafiosas. Los delitos violentos crecieron geométricamente, fomentando la inseguridad cada vez mayor del ciudadano.
El éxito del separatismo inducido por EE UU creó, en la mayoría de los casos, oportunidades enormes para el pillaje occidental y asiático de materias primas, especialmente los recursos petrolíferos. La experiencia de los nuevos estados independientes fue, en el mejor de los casos, una ilusión transitoria, a medida que la élite gobernante pasó directamente a la esfera de influencia occidental o se convirtió en una mera tapadera de la subordinación estructural profunda a los circuitos de exportación de materias primas y financieros dominados por Occidente.
Tras la desintegración de la URSS, los estados occidentales se aliaron con las repúblicas que más se ajustaban a sus intereses. En algunos casos firmaron acuerdos con sus gobernantes para establecer bases militares, llenando para ello los bolsillos del dictador de turno mediante préstamos. En otros casos, se aseguraron un acceso privilegiado a los recursos económicos por medio de empresas mixtas. En otros, simplemente ignoraron a los estados de menos recursos y los dejaron caer en la miseria y el despotismo.
Separatismo: Europa del Este, Balcanes y los países bálticos
El aspecto más destacado de la desintegración del bloque soviético fue la rapidez y minuciosidad con que los países pasaron del Pacto de Varsovia a la OTAN, y del dominio político soviético al control económico de EE UU y la UE en casi todos sus sectores económicos importantes. El paso de una a otra forma de subordinación política, económica y militar a otra resalta la naturaleza transitoria de la independencia política, la superficialidad de su significado operativo y la hipocresía espectacular de la nueva élite gobernante que denunciaba alegremente la dominación soviética mientras entregaba la mayor parte de los sectores económicos al capital occidental y una parte de su territorio a la OTAN para que construyera sus bases, mientras que al mismo tiempo facilitaba fuerzas militares mercenarias para luchar contra en las guerras imperiales estadounidenses en un grado mucho mayor a cualquier otro registrado durante el periodo soviético.
El separatismo en estos ámbitos era una ideología para debilitar a la coalición hegemónica adversaria, tanto mejor cuanto más incorporase a sus miembros a una coalición más virulenta y agresiva de construcción de imperio.
Yugoslavia y Kosovo: separatismo forzado
La exitosa desintegración de la URSS y de la alianza del Pacto de Varsovia animó a EE UU y la UE a destruir Yugoslavia, el último país independiente fuera del control de éstos en Europa Occidental. La demolición de Yugoslavia la inició Alemania tras su anexión y demolición de la economía de Alemania Oriental. Poco después se extendió a las repúblicas de Eslovenia y Croacia. EE UU, un recién llegado relativo a la división de los Balcanes, se centró en Bosnia, Macedonia y Kosovo. Mientras que Alemania se extendía por la conquista económica, EE UU, fiel a su misión militarista, recurría a la guerra en alianza con los reconocidos gángsters terroristas albano-kosovares del paramilitar Kosovo Liberation Army (KLA) o Ejército de Liberación de Kosovo. Bajo el liderazgo del sionista francés Bernard Kouchner, las fuerzas de la OTAN facilitaron la purga étnica, el asesinato y la desaparición de decenas de miles de serbios, Roma y disidentes albano-kosovares no separatistas.
La destrucción de Yugoslavia es completa: la restante y fracturada República de Serbia estaba ya a merced ahora de EE UU y sus aliados europeos. Para 2008 había resultado elegida una coalición apoyada por la UE y EE UU, y favorable a la OTAN, y habían desaparecido los últimos restos de Yugoslavia y su herencia histórica de socialismo autogestionario.
Consecuencias del separatismo en la URSS, Europa Oriental y los Balcanes
En todas las regiones en donde triunfó el separatismo patrocinado y financiado por EE UU, las condiciones de vida se derrumbaron, se produjo un pillaje masivo de los recursos públicos en nombre de la privatización, y se alcanzaron niveles sin precedentes de corrupción política. Una cifra en torno a un tercio de la población huyó a Europa Occidental y América del Norte huyendo del hambre, la inseguridad personal –delincuencia–, el desempleo y un futuro dudoso.
Políticamente, el gangsterismo y el número extraordinario de asesinatos condujeron a los empresarios que desarrollaban actividades legítimas a pagar sumas exorbitantes de extorsión, a medida que una nueva clase de delincuentes reconvertidos en empresarios se hacía cargo de la economía y firmaba dudosos acuerdos de inversión y empresas mixtas con empresas transnacionales de la UE, EE UU y Asia.
Los países ex soviéticos ricos en recursos energéticos de Asia central y meridional pasaron a ser gobernados por dictadores opulentos que acumularon fortunas de miles de millones de dólares en el curso de la demolición de las normas igualitarias, la sanidad generalizada y las instituciones científicas y culturales preexistentes. Las instituciones religiosas adquirieron el poder por encima de las asociaciones científicas y profesionales, y contra éstas, invirtiendo los progresos educativos de los setenta años anteriores. La lógica del separatismo se extendió desde las repúblicas a los niveles subnacionales, en un proceso en el que los señores de la guerra y jefes étnicos rivalizaban en la creación de su propia entidad autónoma, con el resultado de guerras sangrientas, nuevos episodios de limpiezas étnicas y nuevas huídas de refugiados de las zonas en conflicto.
Las promesas hechas por EE UU sobre los beneficios que iba a aportar el separatismo no se cumplieron mínimamente. En el mejor de los casos la pequeña élite gobernante y sus socios cosecharon una riqueza enorme, el poder y el privilegio a expensas de la gran mayoría. Cualesquiera que fueran las satisfacciones simbólicas iniciales, que la población de clases bajas puede haber experimentado durante su efímera independencia, la nueva bandera y el poder religioso restaurado fueron siendo erosionados por la paralizante pobreza y las luchas internas violentas por el poder que perturbaron sus vidas. La verdad del asunto es que millones de personas huyeron de sus estados recién independientes, y prefirieron convertirse en refugiados y ciudadanos de segunda clase en países extranjeros.
Conclusión
La falacia mayor de los supuestos liberales y las ONG progresistas en su defensa de la autonomía, la descentralización y la autodeterminación consiste en que estos abstractos conceptos evitan la pregunta histórica fundamental y la pregunta política de fondo: ¿a qué clases, raza o bloque político se está transfiriendo el poder? Durante más de un siglo, en EE UU, la bandera que enarbolaban los terratenientes sureños de derecha racistas, que gobernaban por la fuerza y el terror sobre la mayoría de negros pobres era la de los derechos de los Estados, es decir la supremacía la ley y el orden locales sobre la autoridad del Gobierno federal y de la Constitución nacional. La lucha entre los derechos federales y los de los estados fue una lucha entre una oligarquía sudista reaccionaria y una coalición urbana septentrional progresista formada por trabajadores y clase media.
Hay una necesidad fundamental de desmitificar la noción de autonomía, examinando las clases que la exigen, las consecuencias de la descentralización del poder en términos de distribución de éste, de la riqueza y del poder popular y los benefactores externos de un cambio del Estado nacional a las élites de poder locales y regionales.
Del mismo modo, la irreflexiva manera con que algunos libertarios abrazan cada demanda de autodeterminación ha conducido a algunos de los crímenes más atroces de los siglos XX y XXI. En muchos casos los movimientos separatistas han fomentado o han sido produjo de guerras imperialistas sangrientas, como fue el caso tras a las nazis, las invasiones estadounidenses de Iraq y Afganistán y la salvaje invasión israelí del Líbano y a la desintegración de Palestina.
Para aclarar el sentido de términos como autonomía, descentralización y autodeterminación, y conseguir que estas descentralizaciones del poder se muevan en la dirección histórica progresista, es esencial plantear algunas cuestiones previas: ¿Estos cambios políticos propician el poder y el control de la mayoría de los trabajadores y campesinos sobre los medios de la producción? ¿Llevan a un mayor poder popular en el Estado y en los procesos electorales o consolidan a satélites demagogos defensores de los intereses del imperio, en que la desintegración de un estado establecido lleva a la incorporación de los fragmentos étnicos en un imperio vicioso y destructivo?
A lo largo de la moderna historia imperial, divide y vencerás ha sido la divisa esencial que ha permitido que países europeos relativamente pequeños y pobres de recursos conquistasen naciones mucho mayores en tamaño y población, y más ricas en recursos naturales. Se dice que para cada funcionario británico destacado en la India, había cincuenta sijs, gurkas, musulmanes e hindúes en el ejército colonial británico.
La conquista europea de África y Asia la dirigieron oficiales blancos y la lucharon soldados negros, cobrizos y amarillos, para que el capital blanco pudiera explotar a sus trabajadores y a los de color. Las diferencias regionales, étnicas, religiosas, sectarias, tribales, comunitarias y otras, fueron politizadas y explotadas de modo que permitieron a los ejércitos imperiales la conquista de pueblos guerreros. En décadas recientes, los constructores del imperio de estadounidense se han convertido en los grandes promotores de la estrategia de divide y vencerás en el mundo entero. En los años 70, la CIA dejó de promover las dudosas virtudes del capitalismo y la democracia, y pasó a alinearse, financiándolas y dirigiéndolas, con las elites religiosas, étnicas y regionales que se oponían a los regímenes nacionales independientes u hostiles a la construcción imperial estadounidense en todo el mundo.
La clave de la construcción imperial por vía militar de Estados Unidos descansa en dos principios: la invasión militar directa y el fomento de movimientos separatistas que puedan llevar a la confrontación militar.
La construcción imperial en el siglo XXI nos muestra la práctica ampliada de ambos principios en Iraq, Afganistán, Irán, Líbano, China (Tíbet), Bolivia, Ecuador, Venezuela, Somalia, Sudán, Birmania y Palestina. Es decir, en cualquier país en el que EE UU no puedan instalar un gobierno satélite estable recurrirá a la financiación y el fomento de organizaciones y líderes separatistas que utilizan pretextos étnicos, religiosos y regionales.
Fiel a los principios tradicionales de la construcción imperial, Washington solamente apoya a los separatistas en los países que se niegan a someterse a su dominación imperial, mientras que se opone a los separatistas que ofrecen resistencia al imperio y a sus aliados. Es decir, los ideólogos imperiales no son ni hipócritas ni utilizan un doble rasero (como con frecuencia afirman sus críticos de izquierda), sino que mantienen públicamente el principio de preferencia imperial a la hora de evaluar los movimientos separatistas y concederles o negarles su apoyo.
En cambio, muchos críticos del imperio aparentemente progresistas hacen declaraciones universales a favor del derecho de autodeterminación e incluso lo aplican a los grupos separatistas más rancios y reaccionarios patrocinados por el imperio, con resultados catastróficos. A las naciones independientes y sus gentes, cuando se oponen a grupos separatistas apoyados por EE UU, se las bombardea hasta la destrucción y se les coloca el sambenito de criminales de guerra. A los que se oponen a los separatistas y viven en el nuevo Estado se los asesina o se los fuerza al exilio. Los pueblos liberados sufren la tiranía y el empobrecimiento inducido por los separatistas apoyados por Estados Unidos, y muchos se ven obligados a emigrar a otros países para su supervivencia económica.
Ninguno, o casi, de los críticos progresistas de la URSS que apoyaban la separación de sus repúblicas ha mostrado en ningún momento ningún remordimiento y menos aún ninguna reflexión autocrítica, incluso frente a las catástrofes socioeconómicas y políticas en los estados secesionistas que duran ya décadas. Sin embargo, estos mismos progresistas siguen hoy predicando los grandes principios morales a aquellos que los cuestionan y rechazan algunos movimientos separatistas porque provienen y sobrepasan los esfuerzos para ampliar el imperio de EE UU.
En estas últimas décadas, el éxito de Washington en la cooptación de los llamados liberales progresistas en apoyo a los movimientos separatistas listos para ser satélites imperiales ha sido notable y las consecuencias para los derechos humanos, nefastas.
La mayor parte de los progresistas europeos y estadounidenses apoyaron a los grupos que siguen:
1. fundamentalistas bosnios apoyados por EE UU, neofascistas croatas y terroristas albano-kosovares, con el resultado de limpiezas étnicas y la conversión de sus Estados antes soberanos en bases militares de EE UU, gobiernos satélites y desastres económicos, destruyendo totalmente el estado de bienestar multinacional yugoslavo;
2. fundamentalistas islámicos afganos, apoyados por EE UU, que provocaron la destrucción de un régimen político afgano laico y reformista, promotor de la igualdad de la mujer y de importantes campañas anti feudales en las que participaron hombres y mujeres, de una reforma agraria general y de amplios programas sanitarios y educativos. Como resultado de los éxitos militares tribales EE UU-islámicos, millones de personas resultaron muertas, desplazadas y desposeídas, y los jefes militares tribales medievales, anticomunistas fanáticos, destruyeron la unidad del país.
3. La invasión de Iraq por EE UU, que destruyó el estado moderno, laico, nacionalista y de avanzado sistema socioeconómico de ese país. Durante la ocupación, el apoyo de EE UU a movimientos religiosos y tribales, clanes y movimientos separatistas étnicos ha conducido a la expulsión de más del 90% de su clase científica y profesional moderna y de la matanza de más de 1.000.000 de iraquíes… todo ello en nombre de la sustitución de un régimen represivo y, sobre todo, de la destrucción de un Estado opuesto a la opresión israelí de Palestina.
Es evidente que la intervención militar de EE UU promueve el separatismo como medio para el establecimiento de una base regional de apoyo. El separatismo facilita la creación de gobiernos títere minoritarios y tiene por función contrarrestar a países vecinos opuestos a las depredaciones del imperio. En el caso de Iraq, el separatismo kurdo apoyado por EE UU precedió a la campaña de aislamiento de un adversario, y de creación de coaliciones internacionales para presionar y debilitar al Gobierno central. Washington resalta las atrocidades de estos regímenes como casos de Derechos Humanos para alimentar campañas globales de propaganda. Más recientemente, se ha hecho evidente en las protestas teocráticas tibetanas financiadas por EE UU contra China.
Los separatistas reciben ayuda en tanto que potenciales tropas de choque terroristas para atacar sectores económicos estratégicos y proporcionar la información, real o fabricada, como en el caso de Irán entre los kurdos y otros grupos de minoría étnica.
¿Por qué el separatismo?
Los constructores del imperio no siempre recurren a los grupos separatistas, especialmente cuando tienen satélites a escala nacional que controlan el Estado. Es sólo cuando su poder se limita a algunos grupos concentrados territorial o étnicamente cuando sus servicios secretos recurren a los movimientos separatistas y los promueven. Estados Unidos apoya el movimiento separatista a lo largo de un proceso gradual, comenzando por la exigencia de una mayor autonomía y descentralización, y mediante movimientos tácticos destinados a adquirir una base de poder político local, acumular recursos económicos, reprimir grupos anti separatistas y minorías étnicas o religiosas políticas locales vinculadas al Gobierno central (como la represión de las comunidades cristianas en Iraq septentrional, reprimidas por los separatistas kurdos por sus lazos con el partido Baaz, o los Roma de Kosovo, expulsados y asesinados por los albano-kosovares a causa de su apoyo al sistema federal yugoslavo).
La tentativa de usurpar por la fuerza los recursos nacionales y la sustitución de los aliados locales del Gobierno central da lugar a confrontaciones y a conflictos con el poder legítimo del Gobierno central. Es al llegar a este punto cuando el apoyo (imperial) exterior es crucial para la movilización de los medios de comunicación de masas para denunciar la represión de movimientos nacionales pacíficos simplemente ejerciendo su derecho a la autodeterminación. Una vez que la máquina imperial de propaganda de los medios de comunicación de masas toca la noble retórica de la autodeterminación y la autonomía, la descentralización y el autogobierno, la gran mayoría de las ONG financiadas por EE UU y Europa se suman al coro y atacan los esfuerzos del Gobierno por mantener un estado-nación unificado estable. En nombre de la diversidad y de un Estado multiétnico, las ONG de obediencia occidental proporcionan un soporte ideológico a los pro imperialistas.
Cuando los separatistas tienen éxito, y llegan a asesinar y realizar limpiezas de las minorías étnicas y religiosas ligadas al gobierno central anterior, las ONG guardan un estruendoso silencio o incluso justifican con complicidad las masacres como una reacción excesiva a la represión previa. La máquina propagandística de Occidente llega a celebrar la expulsión por parte del Estado separatista de centenares de miles de personas, como fue el caso con los serbios y Roma de Kosovo y de la región croata de Krajina con titulares como "Los serbios huyen a la carrera: les está merecido”, acompañados de fotos en las que tropas de la OTAN supervisan el traslado de familias indigentes desde sus pueblos y ciudades ancestrales a campos escuálidos en una bombardeada Serbia.
Al mismo tiempo, los políticos occidentales musitan beaterías sobre las matanzas de civiles serbios por el KLA, como por ejemplo cuando el anterior ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer (de Los Verdes) se lamentó del siguiente modo: "Comprendo el dolor que sienten ustedes (los del KLA), pero no deberían lanzar granadas a niños (serbios) en edad escolar."
El paso de la autonomía en un estado federal a un estado independiente se fundamenta en la ayuda canalizada y administrada por el Estado imperial a la región autónoma, consolidando con ello su existencia de facto como un estado independiente. Esto ha ocurrido claramente la evolución desde 1991 hasta hoy del Kurdistán de Iraq Septentrional, en un principio no fly zone (zona de prohibición de vuelos) y ahora región autónoma.
El mismo principio de autodeterminación exigido por EE UU y sus satélites separatistas se le niega a otras minorías del mismo territorio. En cambio, los medios de comunicación de propaganda de EE UU hacen referencia a ellos como agentes o caballos de Troya del Gobierno central.
Consolidado por la ayuda exterior imperial, y las relaciones empresariales con las empresas transnacionales de EE UU y la UE, apoyados por fuerzas paramilitares y cuasi militares locales de policía (así como por cuadrillas criminales organizadas), el régimen autónomo declara su independencia, y es reconocido poco después por sus patrones imperiales. Tras de la independencia, el régimen separatista ofrece concesiones territoriales e instalaciones para la construcción de bases militares de EE UU. El patrón imperial goza de privilegios de inversión, lo que compromete seriamente la soberanía nacional.
El ejército de ONG locales e internacionales raramente formula alguna objeción a este proceso de incorporación al Imperio de la entidad independiente, ni siquiera cuando el propio pueblo liberado se opone. En la mayoría de los casos el grado de gobernanza local y libertad de acción del régimen independiente es menor que cuando era una región autónoma o federal en el estado nacionalista unificado previo.
No es raro que los regímenes separatistas formen parte de movimientos irredentistas vinculados a contrapartes en otros estados. Cuando los movimientos irredentistas transnacionales desafían a los estados vecinos que son también objetivos de los constructores de imperio estadounidenses, pasan a ostentar la función de plataformas de lanzamiento de ataques militares de baja intensidad y de actividades terroristas de las fuerzas especiales.
Por ejemplo, casi todas las organizaciones separatistas kurdas tienen elaborado un mapa del Gran Kurdistán que cubre un tercio de la zona sudeste de Turquía, el Iraq Septentrional, una cuarta parte de Irán, partes de Siria y cualquier otro lugar donde puedan encontrar un enclave kurdo. Los comandos estadounidenses operan al lado de los separatistas kurdos y aterrorizan poblaciones iraníes en nombre de la autodeterminación, y grupos kurdos con fuerte apoyo militar de EE UU han ocupado y gobiernan Iraq septentrional y proporcionan tropas mercenarias peshmerga para masacrar a la población árabe-iraquí en ciudades y pueblos que se oponen a la ocupación de EE UU, en las regiones centrales, occidentales y meridionales. Estos grupos han iniciado el desplazamiento forzado de no kurdos (árabes, cristianos caldeos, turcomanos, etc.) del llamado Kurdistán iraquí y han procedido a la incautación de sus hogares, negocios y explotaciones agrícolas.
Los separatistas kurdos apoyados por EE UU han creado conflictos con el Gobierno turco vecino, pues Washington intenta retener a sus satélites kurdos para su utilización en Iraq, Irán y Siria sin por ello enemistarse con su cliente estratégico de la OTAN: Turquía. Sin embargo los activistas separatistas turco-kurdos del PKK han alabado a EE UU por lo que califican de colonialismo progresista en el desmantelamiento efectivo de Iraq y la formación de los fundamentos de un Estado kurdo.
La decisión de EE UU de colaborar con el ejército turco, o de tolerar por lo menos sus ataques militares contra ciertas zonas ocupadas por los separatistas kurdos del PKK con sede en Iraq forma parte de su política global de dar prioridad a las alianzas imperiales estratégicas y sus aliados por encima y contra cualquier movimiento separatista que los amenace. Por lo tanto, mientras que EE UU apoya a los separatistas kosovares contra Serbia, se opone a los separatistas de Abjasia que luchan contra su gobierno satélite de la República de Georgia.
Mientras que EE UU apoyó a los separatistas chechenos contra el gobierno de Moscú, se opone a los separatistas vascos y catalanes en su lucha contra el aliado de la OTAN de Washington, España. A la vez que Washington ha financiado con largueza a los separatistas bolivianos dirigidos por los oligarcas de Santa Cruz contra el gobierno central en La Paz, apoya la represión del gobierno chileno ante las demandas de los indígenas mapuche de sus derechos a la tierra y los recursos de la zona meridional y central de Chile.
Es evidente que autodeterminación e independencia no son principios universales que definan la política exterior de EE UU, ni nunca lo han sido, como testimonian las guerras de EE UU contra las naciones indias, los esclavistas secesionistas sureños y las invasiones recurrentes de Estados latinoamericanos, asiáticos y africanos independientes. Lo que rige en la política de EE UU es la cuestión de si un movimiento separatista, sus líderes y programa fomentan o no la construcción del imperio. Sin embargo, pocas veces plantean los llamados progresistas, izquierdistas o antiimperialistas la pregunta inversa: ¿debilita el movimiento separatista o de independencia el imperio y consolida las fuerzas antiimperialistas, o no? Si aceptamos que el problema determinante es la derrota de la máquina de matar millones de personas llamada imperialismo estadounidense, entonces es legítimo evaluar y apoyar determinados movimientos independentistas, así como rechazar otros.
No hay nada hipócrita o incómodo en el aumento de más altos principios en tomar estas decisiones políticas. Es sabido que Hitler justificó la invasión de Checoslovaquia en defensa de los separatistas de los Sudetes, igual que una serie de presidentes estadounidenses han justificado la división de Iraq en nombre de la defensa de los kurdos, o los suníes o los chiíes, o cualesquiera que sean los líderes tribales que se presten a la construcción imperial de EE UU. Lo que define la política antiimperialista no son los principios abstractos sobre autodeterminación sino la concreción de a quién se refiere el prefijo auto de la palabra autodeterminación, qué fuerzas políticas ligadas a qué configuración de poder internacional están haciendo qué demandas política y con qué propósitos políticos.
Como en Bolivia hoy, en que una oligarquía racista de derechas dueña del sector de la agroexportación, se está haciendo con el control de la región rica más fértil y rica en recursos energéticos, que contiene el 75% de los recursos naturales del país, en nombre de la autodeterminación y de la autonomía, a la vez que expulsa y violenta a indígenas empobrecidos. Cabe preguntarse sobre qué base puede el movimiento izquierdista o antiimperialista oponerse a ello, si no es porque el contenido de clase, raza y nacional de esta demanda es antitético a un principio más importante: la soberanía popular basada en los principios democráticos de regla de mayoría e igualdad de acceso a la riqueza pública.
Separatismo en América Latina: Bolivia, Venezuela y Ecuador
Estos últimos años los candidatos apoyados por EE UU han ganado y perdido elecciones nacionales en América Latina. Es evidente que EE UU ha retenido la hegemonía sobre las elites gobernantes en México, Colombia, Centroamérica, Perú, Chile, Uruguay y algunos de los Estados insulares del Caribe. En los estados en donde el electorado ha apoyado a opositores a la dominación de EE UU, como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, la influencia de Washington descansa en funcionarios regionales, provinciales y locales elegidos.
Es prematuro afirmar, como declara el Council for Foreign Relations (Consejo de Relaciones Internacionales) que la hegemonía estadounidense en América Latina sea cosa del pasado. Uno solamente tiene que leer los documentos económicos y políticos que fundamentan los crecientes lazos económicos y militares entre Washington y el régimen Calderón en México, los regímenes de García en Perú, Bachelet en Chile y Uribe en Colombia para darse cuenta de que la hegemonía de EE UU aún prevalece en regiones importantes de América Latina. Si miramos más allá del nivel gubernamental nacional, incluso en Estados en los que no haya hegemonía estadounidense, la influencia de EE UU aún es un factor poderoso que forma el comportamiento político de actividades empresariales de derecha potentes, elites políticas financieros y regionales en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina.
A finales de mayo de 2008, los movimientos regionalistas apoyados por EE UU estaban en la ofensiva, estableciendo un régimen secesionista de facto en Santa Cruz en Bolivia. En Argentina, la élite del negocio de la agroexportación ha organizado un cierre patronal a escala nacional que afecta a la producción y la distribución, apoyado por las grandes confederaciones industriales, financieras y comerciales, contra un impuesto a la exportación promovido por el gobierno de centro-izquierda de Cristina Kirchner. En Colombia, EE UU están negociando con el presidente paramilitar Álvaro Uribe sobre el emplazamiento de una base militar en la frontera con el estado venezolano de Zulia, de gran riqueza petrolera, que da la casualidad que está regido por el único gobernador opuesto a Chávez en el poder, un promotor decidido de la autonomía o la secesión. En Ecuador, el alcalde de Guayaquil, apoyado por los medios de comunicación de derechas y los desacreditados partidos políticos tradicionales, ha propuesto la autonomía respecto del Gobierno central del presidente Rafael Correa.
El proceso de desmembración nacional impulsado por el imperio es muy desigual a causa de los diversos grados de las relaciones políticas de poder entre el Gobierno central y los secesionistas regionales. Los secesionistas bolivianos de derecha son los que más han avanzado, habiendo llegado a organizar y ganar un referéndum y declarándose una unidad de gobierno independiente con el poder de recaudar impuestos, formular la política económica exterior y crear su propia fuerza de policía.
El éxito del Santa Cruz secesionista es debido a la incapacidad política y a la total incompetencia del régimen de Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, que promovió la autonomía para las muchas naciones indias empobrecidas (o indianismo) y terminó sentando las bases para que los oligarcas racistas blancos aprovechen la oportunidad de establecer su propia base separatista de poder. A medida que los separatistas conseguían el control de la población local, procedieron a intimidar a los indios y sindicalistas partidarios del gobierno de Evo Morales, sabotearon violentamente la Asamblea Constitucional y rechazaron la Constitución, mientras conseguían constantes concesiones del débil y conciliatorio gobierno central de Morales. Mientras los separatistas liquidaban la Constitución y utilizaban su control de los medios principales de producción y exportación para incorporar otras provincias, formando un arco geográfico de seis provincias, y la influencia en otras dos en su esfuerzo por degradar al Gobierno nacional.
El régimen indianista de Morales-García Linera, compuesto en gran parte de mestizos ex empleados de ONG financiadas en el extranjero, nunca utilizó su poder y el monopolio constitucional formal de la fuerza legítima para hacer cumplir el orden constitucional y para declarar fuera de la ley y para llevar ante los jueces las violaciones por parte de los secesionistas de la integridad nacional y su rechazo del orden democrático.
Morales nunca movilizó el país, ni a la mayoría de las organizaciones populares de la sociedad civil, ni siquiera recurrió al ejército para derrotar a los secesionistas. En cambio continuó con sus impotentes súplicas de diálogo y compromiso, con el que sus concesiones al autogobierno de la oligarquía solamente reforzaron el impulso de ésta hacia el poder regional. Como estudio de caso de gobernanza fallida, frente a una amenaza separatista reaccionaria para la nación, el gobierno de Morales-García Linera representa un fracaso lamentable a la hora de defender la soberanía popular y la integridad de la nación.
Las lecciones bolivianas de gobernanza fallida deben servir de sombrío recordatorio a Chávez en Venezuela y Correa en Ecuador: a menos que actúen con toda la fuerza de la Constitución para frenar los embrionarios movimientos separatistas antes de que consigan una base de poder, se enfrentarán también a la desintegración de sus países. La amenaza más grande está en Venezuela, en donde los militares estadounidenses y colombianos han construido bases en la frontera limítrofe con el estado venezolano de Zulia, infiltrando comandos y fuerzas paramilitares en la provincia. La toma de esta provincia rica en petróleo la consideran una cabeza de puente para privar al Estado venezolano de sus ingresos vitales provenientes del petróleo y desestabilizar al Gobierno central.
Después de varios años de existencia de un movimiento separatista apoyado y financiado por Washington en Bolivia, algunos académicos y expertos progresistas han tomado nota y han publicado comentarios críticos. Lamentablemente, estos artículos carecen de cualquier contexto explicativo, y ofrecen poca comprensión de cómo el separatismo latinoamericano encaja en la estrategia a largo plazo y de gran envergadura de construcción del imperio estadounidense durante el pasado cuarto de siglo.
Hoy, los movimientos separatistas promovidos por EE UU en América Latina están activos en por lo menos tres países. En Bolivia, las provincias de la media luna (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija) han convocado con éxito referéndums provinciales de autonomía, que es aquí el término utilizado para secesión. El 4 de mayo de 2008 los separatistas de Santa Cruz tuvieron éxito: con una participación de casi el 50% del censo de votantes, consiguieron el 80% de votos favorables. El 15 de mayo, la élite político-empresarial anunció la formación de ministerios de comercio exterior y seguridad interna, asumiendo así los poderes efectivos de un estado secesionista.
El Gobierno de EE UU, dirigido por el embajador Goldberg, proporcionó apoyo financiero y político a las organizaciones cívicas secesionistas de derecha, por mediación de sus programas de ayuda de 125 millones de dólares que gestiona AID (US Agency for International Development), sus decenas de millones del programa contra la droga, y a través de las ONG favorables a la secesión financiadas por medio de su organismo NED (National Endowment for Democracy.) En las reuniones de la Organización de Estados Americanos y otras reuniones regionales, EE UU se negó a condenar los movimientos separatistas.
A causa de la completa incompetencia y falta de liderazgo político nacional del presidente Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, el Estado boliviano se está atomizando en una serie de cantones autónomos, pues ya otros Gobiernos provinciales intentan usurpar el poder político y hacerse cargo de sus recursos económicos. Desde el principio, el régimen Morales-García Linera firmó una serie de pactos políticos, adoptó políticas y aprobó concesiones a las elites oligárquicas de Santa Cruz, que permitió que reconstruyeran efectivamente su base política natural de poder, sabotearan una asamblea constitucional elegida y socavaran efectivamente la autoridad del Gobierno central.
El éxito de la derecha se ha producido en menos de dos años y medio, lo que es especialmente sorprendente si se tiene en cuenta que en 2005, el país vivió una sublevación popular importante que sustituyó a un Presidente de derecha, cuando millones de trabajadores, mineros, campesinos e indios se apoderaron de las calles. Es un tributo al absoluto desgobierno de Morales y García Linera que el país haya pasado tan rápida y decisivamente desde un estado de poder popular insurreccional a un país fragmentado y dividido, en el que una élite agroexportadora separatista se ha hecho con el control del 80% de los recursos productivos del país, mientras el Gobierno central elegido protesta débilmente.
El éxito de la clase dirigente regional secesionista boliviana ha dado alas a movimientos similares de autonomía en Ecuador y Venezuela, dirigidos por el alcalde de Guayaquil (Ecuador) y el gobernador de Zulia (Venezuela). Es decir, el fracaso político del gobierno de Morales y García Linera en Bolivia, apoyado por Estados Unidos, ha llevado al gobierno de este país a asociarse con oligarcas en Ecuador y Venezuela para repetir la experiencia de Santa Cruz en un proceso de separatismo antirrevolucionario permanente.
El separatismo y la ex URSS
La derrota del comunismo en la URSS tuvo poco que ver con lo que el ex asesor de seguridad nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski calificó como “bancarrota del sistema debido a la carrera armamentística”. Hasta el final, las condiciones de vida eran relativamente estables y los programas de bienestar siguieron funcionando casi a niveles óptimos, y los programas científicos y culturales recibían una parte sustancial del gasto público.
Las élites gobernantes posteriores al sistema comunista no respondían a la propaganda estadounidense sobre las virtudes del libre mercado y la democracia, como pretendieron los presidentes Ronald Reagan, George Bush padre y Bill Clinton. Lo prueba de manera evidente el sistema político y económico que impusieron al tomar el poder, y que ni fue democrático ni basado en mercados competitivos. Los nuevos gobiernos de base étnica se asemejaron a monarquías despóticas, depredadoras y nepotistas que regalaron –privatizaron– a un puñado de oligarcas y monopolios extranjeros la riqueza pública acumulada durante los 70 años anteriores de trabajo colectivo e inversión.
La principal fuerza ideológica impulsora de las políticas separatistas es la política de identidad étnica, fomentada y financiada por los organismos de inteligencia y propaganda de EE UU. La política de identidad étnica, que reemplazó el comunismo, está basada en vínculos verticales entre la élite y las masas. Las nuevas elites gobiernan por medio de un nepotismo de tipo clánico-familia-religioso-mafioso, financiado e impulsado con el pillaje y la privatización de la riqueza pública creados bajo el comunismo. Al llegar al poder, las nuevas elites políticas privatizaron la riqueza pública transformándola en riqueza familiar y se convirtieron, ellos y sus cómplices, en una clase gobernante oligárquica. En la mayoría de los casos, los vínculos étnicos entre las elites y los sujetos se disolvieron ante el deterioro de las condiciones de vida, las desigualdades profundas de clase, las elecciones amañadas y la represión del Estado.
En todos los ex estados de la URSS, la única reivindicación de las nuevas clases dirigentes en materia de legitimidad social se basa en la pertenencia a una identidad étnica común. Han desempolvado símbolos medievales y monárquicos del pasado lejano, sacando del armario monarcas absolutistas, parásitas jerarquías religiosas, señores de la guerra precapitalistas, emperadores sangrientos y banderas nacionales de los días del feudalismo terrateniente para forjar una historia y una identidad comunes con las masas recién liberadas. El repetido recurso a pasados símbolos reaccionarios es enteramente apropiado: las actuales políticas despotismo, pillaje y culto a la personalidad guardan resonancias de pasados guerreros históricos, y señores y prácticas feudales.
A medida que los nuevos déspotas post URSS han perdido su lustre étnico como consecuencia de la decepción pública con el pillaje depredador nacional y extranjero de la riqueza nacional, han recurrido al uso sistemático de la fuerza.
El éxito mayor de la estrategia de estadounidense de promover el separatismo fue la destrucción de la URSS, no la promoción de democracias capitalistas independientes viables. Washington logró la exacerbación de conflictos étnicos entre los rusos y las restantes nacionalidades, animando a algunos jefes comunistas locales a separarse de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a formar estados independientes en los que los nuevos gobernantes pudieran compartir el botín del tesoro local con sus nuevos socios occidentales. Los esfuerzos de desestabilización realizados por EE UU en los países comunistas, especialmente después de la década de 1970 no compitieron en mejores condiciones de vida, mayor crecimiento industrial o programas de bienestar más generosos. En cambio, la propaganda occidental se centró en la solidaridad étnica, un tema que socava la solidaridad de clase y la lealtad al estado y a la ideología comunistas, y consolidó a unas élites pro occidentales, especialmente entre intelectuales públicos y jefes comunistas convertidos en salvadores nacionalistas.
El punto clave de la estrategia occidental era sobre todo la desintegración de la URSS por medio de movimientos separatistas, aunque éstos estuvieran formados por fanáticos fundamentalistas religiosos, políticos gangsteriles, economistas liberales formados en Occidente o jefes militares ambiciosos y con aspiraciones. Lo único que importaba era que enarbolaran la bandera separatista de la autodeterminación. Más tarde, en el período post soviético, las nuevas élites procapitalistas fueron elevadas a la categoría de miembros de la OTAN y estados satélites.
Las políticas de Washington en el periodo post separatista siguieron un proceso en dos etapas: en la primera fase, predominó el apoyo no diferenciado a cualquiera que abogara por la desintegración de la URSS; en la segunda fase, EE UU intentó promocionar a la facción más favorable a la OTAN y a los liberales de mercado, por ejemplo en las llamadas revoluciones de colores en Georgia y Ucrania. El separatismo se consideró como paso preliminar hacia una etapa avanzada de subordinación al imperio estadounidense. La noción de estados independientes es virtualmente inexistente para constructores de este imperio. En el mejor de los casos existe como etapa transitoria de una constelación de poder a un nuevo imperio dirigido por EE UU.
En el período posterior a la desintegración de la URSS, las tentativas de Washington de reclutar nuevas elites pro capitalistas y crear estados satélites tuvieron un relativo éxito. Algunos países abrieron sus economías a una explotación no regulada, especialmente de sus recursos energéticos. Otros, ofrecieron emplazamientos para bases militares. En muchos casos, los gobernantes locales intentaron negociar con los poderes mundiales a la vez que aumentaban su propia fortuna por medio del pillaje.
Ninguna de las repúblicas ex soviéticas llegó a desarrollar un Estado democrático independiente que permitiese recuperar los niveles de vida que su pueblo poseía en los tiempos soviéticos. Algunos gobernantes convirtieron sus países en dictaduras teocráticas, en las que los notables religiosos y el dictador se apoyaban mutuamente. Ninguna de ellas mantuvo la red de seguridad social o los sistemas educativos de alta calidad de la era soviética. Todos los regímenes post soviéticos magnificaron las desigualdades sociales y multiplicaron el número de empresas de características mafiosas. Los delitos violentos crecieron geométricamente, fomentando la inseguridad cada vez mayor del ciudadano.
El éxito del separatismo inducido por EE UU creó, en la mayoría de los casos, oportunidades enormes para el pillaje occidental y asiático de materias primas, especialmente los recursos petrolíferos. La experiencia de los nuevos estados independientes fue, en el mejor de los casos, una ilusión transitoria, a medida que la élite gobernante pasó directamente a la esfera de influencia occidental o se convirtió en una mera tapadera de la subordinación estructural profunda a los circuitos de exportación de materias primas y financieros dominados por Occidente.
Tras la desintegración de la URSS, los estados occidentales se aliaron con las repúblicas que más se ajustaban a sus intereses. En algunos casos firmaron acuerdos con sus gobernantes para establecer bases militares, llenando para ello los bolsillos del dictador de turno mediante préstamos. En otros casos, se aseguraron un acceso privilegiado a los recursos económicos por medio de empresas mixtas. En otros, simplemente ignoraron a los estados de menos recursos y los dejaron caer en la miseria y el despotismo.
Separatismo: Europa del Este, Balcanes y los países bálticos
El aspecto más destacado de la desintegración del bloque soviético fue la rapidez y minuciosidad con que los países pasaron del Pacto de Varsovia a la OTAN, y del dominio político soviético al control económico de EE UU y la UE en casi todos sus sectores económicos importantes. El paso de una a otra forma de subordinación política, económica y militar a otra resalta la naturaleza transitoria de la independencia política, la superficialidad de su significado operativo y la hipocresía espectacular de la nueva élite gobernante que denunciaba alegremente la dominación soviética mientras entregaba la mayor parte de los sectores económicos al capital occidental y una parte de su territorio a la OTAN para que construyera sus bases, mientras que al mismo tiempo facilitaba fuerzas militares mercenarias para luchar contra en las guerras imperiales estadounidenses en un grado mucho mayor a cualquier otro registrado durante el periodo soviético.
El separatismo en estos ámbitos era una ideología para debilitar a la coalición hegemónica adversaria, tanto mejor cuanto más incorporase a sus miembros a una coalición más virulenta y agresiva de construcción de imperio.
Yugoslavia y Kosovo: separatismo forzado
La exitosa desintegración de la URSS y de la alianza del Pacto de Varsovia animó a EE UU y la UE a destruir Yugoslavia, el último país independiente fuera del control de éstos en Europa Occidental. La demolición de Yugoslavia la inició Alemania tras su anexión y demolición de la economía de Alemania Oriental. Poco después se extendió a las repúblicas de Eslovenia y Croacia. EE UU, un recién llegado relativo a la división de los Balcanes, se centró en Bosnia, Macedonia y Kosovo. Mientras que Alemania se extendía por la conquista económica, EE UU, fiel a su misión militarista, recurría a la guerra en alianza con los reconocidos gángsters terroristas albano-kosovares del paramilitar Kosovo Liberation Army (KLA) o Ejército de Liberación de Kosovo. Bajo el liderazgo del sionista francés Bernard Kouchner, las fuerzas de la OTAN facilitaron la purga étnica, el asesinato y la desaparición de decenas de miles de serbios, Roma y disidentes albano-kosovares no separatistas.
La destrucción de Yugoslavia es completa: la restante y fracturada República de Serbia estaba ya a merced ahora de EE UU y sus aliados europeos. Para 2008 había resultado elegida una coalición apoyada por la UE y EE UU, y favorable a la OTAN, y habían desaparecido los últimos restos de Yugoslavia y su herencia histórica de socialismo autogestionario.
Consecuencias del separatismo en la URSS, Europa Oriental y los Balcanes
En todas las regiones en donde triunfó el separatismo patrocinado y financiado por EE UU, las condiciones de vida se derrumbaron, se produjo un pillaje masivo de los recursos públicos en nombre de la privatización, y se alcanzaron niveles sin precedentes de corrupción política. Una cifra en torno a un tercio de la población huyó a Europa Occidental y América del Norte huyendo del hambre, la inseguridad personal –delincuencia–, el desempleo y un futuro dudoso.
Políticamente, el gangsterismo y el número extraordinario de asesinatos condujeron a los empresarios que desarrollaban actividades legítimas a pagar sumas exorbitantes de extorsión, a medida que una nueva clase de delincuentes reconvertidos en empresarios se hacía cargo de la economía y firmaba dudosos acuerdos de inversión y empresas mixtas con empresas transnacionales de la UE, EE UU y Asia.
Los países ex soviéticos ricos en recursos energéticos de Asia central y meridional pasaron a ser gobernados por dictadores opulentos que acumularon fortunas de miles de millones de dólares en el curso de la demolición de las normas igualitarias, la sanidad generalizada y las instituciones científicas y culturales preexistentes. Las instituciones religiosas adquirieron el poder por encima de las asociaciones científicas y profesionales, y contra éstas, invirtiendo los progresos educativos de los setenta años anteriores. La lógica del separatismo se extendió desde las repúblicas a los niveles subnacionales, en un proceso en el que los señores de la guerra y jefes étnicos rivalizaban en la creación de su propia entidad autónoma, con el resultado de guerras sangrientas, nuevos episodios de limpiezas étnicas y nuevas huídas de refugiados de las zonas en conflicto.
Las promesas hechas por EE UU sobre los beneficios que iba a aportar el separatismo no se cumplieron mínimamente. En el mejor de los casos la pequeña élite gobernante y sus socios cosecharon una riqueza enorme, el poder y el privilegio a expensas de la gran mayoría. Cualesquiera que fueran las satisfacciones simbólicas iniciales, que la población de clases bajas puede haber experimentado durante su efímera independencia, la nueva bandera y el poder religioso restaurado fueron siendo erosionados por la paralizante pobreza y las luchas internas violentas por el poder que perturbaron sus vidas. La verdad del asunto es que millones de personas huyeron de sus estados recién independientes, y prefirieron convertirse en refugiados y ciudadanos de segunda clase en países extranjeros.
Conclusión
La falacia mayor de los supuestos liberales y las ONG progresistas en su defensa de la autonomía, la descentralización y la autodeterminación consiste en que estos abstractos conceptos evitan la pregunta histórica fundamental y la pregunta política de fondo: ¿a qué clases, raza o bloque político se está transfiriendo el poder? Durante más de un siglo, en EE UU, la bandera que enarbolaban los terratenientes sureños de derecha racistas, que gobernaban por la fuerza y el terror sobre la mayoría de negros pobres era la de los derechos de los Estados, es decir la supremacía la ley y el orden locales sobre la autoridad del Gobierno federal y de la Constitución nacional. La lucha entre los derechos federales y los de los estados fue una lucha entre una oligarquía sudista reaccionaria y una coalición urbana septentrional progresista formada por trabajadores y clase media.
Hay una necesidad fundamental de desmitificar la noción de autonomía, examinando las clases que la exigen, las consecuencias de la descentralización del poder en términos de distribución de éste, de la riqueza y del poder popular y los benefactores externos de un cambio del Estado nacional a las élites de poder locales y regionales.
Del mismo modo, la irreflexiva manera con que algunos libertarios abrazan cada demanda de autodeterminación ha conducido a algunos de los crímenes más atroces de los siglos XX y XXI. En muchos casos los movimientos separatistas han fomentado o han sido produjo de guerras imperialistas sangrientas, como fue el caso tras a las nazis, las invasiones estadounidenses de Iraq y Afganistán y la salvaje invasión israelí del Líbano y a la desintegración de Palestina.
Para aclarar el sentido de términos como autonomía, descentralización y autodeterminación, y conseguir que estas descentralizaciones del poder se muevan en la dirección histórica progresista, es esencial plantear algunas cuestiones previas: ¿Estos cambios políticos propician el poder y el control de la mayoría de los trabajadores y campesinos sobre los medios de la producción? ¿Llevan a un mayor poder popular en el Estado y en los procesos electorales o consolidan a satélites demagogos defensores de los intereses del imperio, en que la desintegración de un estado establecido lleva a la incorporación de los fragmentos étnicos en un imperio vicioso y destructivo?
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