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GAZA: LO QUE DESNUDA LA BARBARIE ISRAELÍ

GAZA: LO QUE DESNUDA LA BARBARIE ISRAELÍ

(ASC-Noticias) 13-Enero-09

Tomado de Prensa Latina

Conservar la comunicación telefónica es casi un don divino para quienes están atrapados en la gran prisión a cielo abierto que Israel ha hecho de Gaza: entre bombas, destrozos, mutilaciones y carencias, alivia poder dar señales de supervivencia.

El invento atribuido a Graham Bell se bendice tanto para contestar al familiar o paisano que vive allende fronteras como para intentar saber la suerte de la amiga de Jebaliyah, el pariente sorprendido por un bombardeo en Khan Younis o el vecino que vive a tres puertas.

La agresión se inició el 27 de diciembre, pero ya hace casi dos semanas que un millón de palestinos –de una población total a la que hay que añadir otras 500 mil personas- vive en Gaza sin energía eléctrica, con todo lo que ello implica.

El escalofriante panorama conocido por Prensa Latina se ajusta a las calamidades de Khalil, la incertidumbre de Alina, el luto de Mohamed, Jasmeen y Ashrat, el trauma de niños socorridos por Osama o las heridas en carne propia de Ahmed y otras cuatro mil 300 personas.

La falta de electricidad hace mella en los habitantes de un enclave ahora en época invernal, donde el agua corriente no es potable y la especulación hace casi imposible comprarla embotellada, mientras muchas panaderías han dejado de producir el socorrido alimento.

El pan, sobre todo el conocido como árabe o Pita que es básico en la alimentación diaria de los más pobres porque sabe a gloria acompañado con frijoles y verduras, cuesta lo que nunca.

Vegetales, frutas y otros alimentos habituales se esfumaron del mercado, y lo poco que hay “tiene precios muy elevados”, relatan hombres que prefieren mantener a la familia en casa y salir a escudriñar en las tres horas diarias de frágil tregua humanitaria.

Según la ONU, que asegura haber contado más de 250 niños entre los cerca de mil muertos hasta el decimoctavo día de beligerancia, unos 750 mil palestinos carecen de agua potable, al igual que servicios esenciales como el de salud.

Los hospitales funcionan a duras penas con grupos electrógenos, mientras los médicos no dan abasto con los heridos y piden a gritos no falte el combustible que llega cuando los judíos permiten el paso de camiones cisternas internacionales con limitados volúmenes.

Esos generadores eléctricos también devienen prueba de verdadera solidaridad humana, cuando en noches de atronadores bombardeos, cristales de ventanas quebradas, e interminables penumbras, algunos afortunados comparten un cable “salvador” con sus vecinos.

Son tiempos de sobrevivir, y hay que conformarse con iluminar una habitación, ver una o dos horas las noticias en la televisión y recargar las baterías de linternas y radios portátiles que ayudan a tener una idea –siempre vaga- de la magnitud del conflicto.

El gas, deficitario desde el recrudecimiento del bloqueo israelí a Gaza hace ya 19 meses (incluido el semestre de tregua expirado en diciembre), es hoy privilegio de pocos, y tanto muebles lujosos como modestos son transformados en leña cada vez con más frecuencia.

Por suerte, sirve el teléfono –fijo o móvil- como principal recurso para aplacar sobresaltos o corroborar malos presentimientos cada vez que terminan los despiadados e indiscriminados bombardeos aéreos y navales a Beit Lahiya, Beit Hanoun o la no menos castigada Rafah.

Murieron 10 allá, incluida una mujer ucraniana en Jebaliyah, tantos quedaron sepultados en el edificio de Zeitoun o “me asomo a la ventana y veo los escombros de una casa de cuatro plantas que un F-16 bajó a cero, porque parece que pertenecía a gente allegada a Hamas”.

Los 45 civiles muertos en la escuela de la ONU, los 30 miembros de una familia cañoneados a quemarropa, el hospital y la ambulancia que Israel atacó “por error” y la decena de mezquitas demolidas, forman parte de testimonios tan espeluznantes y traumáticos como inagotables.

“Se han cometido atrocidades”, “aquí no hay seguridad de ningún tipo”, coinciden la ONU y los propios pobladores que, pese a estar expuestos al fuego, prefieren guarecerse en sus casas a intentar escapar a la frontera y convertirse en otro “daño colateral”.

“Es una sensación terrible de impotencia, hay que vivirla para saber lo que es. Sientes que te puedes ir despidiendo porque al otro día no vas a estar vivo”, describió una desesperada madre.

Bajo los edificios derruidos de Gaza hay historias inimaginables que la sangrienta agresión israelí aún impide desnudar. Sin dudas, esas merecerán muchas crónicas … quién sabe cuándo.

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